Hace algunos años tuve un pequeño
bache. Me levantaba por las mañanas sin ganas de hacer nada, cansada antes de
empezar el día, en un plan muy negativo.
Hacía poco una amiga se había ido
de Erasmus, y para que se llevara un recuerdo de todas sus amigas, le regalamos
un corcho con fotos nuestras, con la idea de que al llegar allí lo colgara en
la pared de su nueva habitación. No es una idea nueva ni tampoco muy original.
Un corcho con fotos es algo bastante corriente en cualquier dormitorio.
Pero en el mío no había ninguno.
Sí que tenía guardado, sin embargo, un corcho bastante grande —como de 1 metro
cuadrado, más o menos— que había cogido un día por la calle. Lo encontré por
casualidad volviendo a casa, apoyado contra unas cajas, junto al contenedor de
la basura. Me lo llevé porque pensé que algún día podría serme útil.
Así que un día, durante aquel tiempo
que estuve más baja de ánimo, me decidí a hacerme mi propio corcho con fotos, a
modo de terapia. Después de cenar me senté frente al ordenador y me pasé varias
horas seleccionando las fotos que más me gustaban. Imprimí muchísimas, más de
cien seguro. Todas a un tamaño muy pequeñito, eso sí. La idea era que me
cupieran muchas. Cuantas más, mejor.
Pensaba que me aburriría
recortándolas, pero fue todo lo contrario. Me lo pasé pipa recordando todos
esos buenos momentos que había vivido. Me reí mucho, y disfruté un montón preparando
aquel corcho tamaño XXL, aunque me costó elegir qué fotos incluir y cuáles
descartar, porque había impreso tantas que no me cupieron todas. Y eso que no me
dejé ni un milímetro sin cubrir.
A la mañana siguiente, cuando me
desperté, aquel corcho atiborrado de fotos fue lo primero que vi. Todas
aquellas fotos, todos esos momentos congelados que me recordaban todo lo que había
vivido, todo lo que era importante, y todo lo que merecía la pena. Tantas risas,
tantas personas increíbles en mi vida, tantas cosas buenas… a lo mejor os
parezco muy simple, pero aquello me ayudó un montón.
Me encantaba despertarme y ver mi
corcho apoyado contra la mesa. Puedo pasarme horas enteras mirándolo. De vez en
cuando todavía me quedo embobada recordando batallitas.
Si aún no tenéis uno, os recomiendo que lo probéis. Es una terapia increíble.