miércoles, 6 de mayo de 2015

¡Limpieza de primavera; viejos cosméticos, fuera!

Igual es porque tengo aquello de la 'limpieza de primavera' grabado a fuego en algún lugar del subconsciente, el caso es que es llegar esta época del año y me entra la vena de ordenar. 


Ordenar, limpiar, tirar. Deshacerme de lo viejo, de lo que ya no uso, de lo que no necesito. De todo aquello que no hace más que ocupar espacio, acumular polvo y crearme preocupaciones innecesarias.
Mira que soy una persona bastante materialista, y que me apego mucho (a veces demasiado) a las cosas, pero oye, una vez superada la resistencia inicial, hay que ver lo bien sienta echar fuera el lastre.

Desde que he empezado a interesarme por el mundo de la cosmética ecológica y natural, han ido cambiando muchas cosas en mi rutina y en mi día a día. Y, de hecho, tengo la sensación de que este cambio no ha hecho más que empezar, porque cada día que pasa se va volviendo más profundo y arraigado, extendiéndose a todos los ámbitos de mi vida (y —muchas veces para su desesperación—, la de las personas que me rodean), afectando a mis hábitos de conducta, a mi alimentación, a mi manera de vestir, a mi forma de pensar y ver el mundo. Es un proceso irreversible, que no tiene vuelta atrás. Creo que no tiene mucho sentido interesarse por la cosmética ecológica y por el cuidado natural de la piel, si luego te trae al fresco lo que comes, por ejemplo. Es una incongruencia total. Pero ese es otro tema.

Volviendo a la cosmética, que es de lo que quería hablar aquí, una de las primeras consecuencias es que en menos de un año he transformado todas mis rutinas, incluyendo en ella marcas y productos que hasta hace poco ni siquiera sabía que existían (y que ahora me llevan a desesperarme cada vez que entro en un supermercado convencional, porque nunca encuentro nada de lo que busco). Al principio me propuse ser paciente, e ir reemplazando poco a poco los productos de toda la vida por sus versiones ecológicas, según se me fueran terminando. Pero la paciencia no es mi fuerte, la verdad. Y muchos de esos productos que quería gastar antes de sustituirlos en realidad llevaba años sin usarlos y, siendo realistas, en el fondo sabía que nunca los iba a volver a tocar. ¿Quién no guarda reliquias de sus diecisiete años? Como esas cajitas de maquillaje de Pupa, con sus millones de sombras de ojos de todos los colores habidos y por haber, o sus coloretes en crema, presentados en forma de polos y helados que daban ganar de comérselos. 

¿Qué fue de Pupa? ¿Sigue exisitendo? Cuando estaba en 3º de la ESO era la locura, pero nunca he vuelto a oír de ella.

¿Quién no guarda el típico pintalabios negro de Carlo di Roma que se puso una vez en Halloween y nunca más? ¿O la base de maquillaje de MaxFactor que nunca usa (y seguramente esté estropeada), pero que no tira por si acaso, que nunca se sabe?

Creo que guardaba esta caja desde el año 2003, o así. Ya era hora de darle boleto, ¿no os parece?

Bueno, pues yo soy culpable de todo eso, y bastante más. Lo guardo todo. Me da pena tirar. Sé que voy a tener que hacerlo en algún momento (y, de hecho, en el fondo estoy deseando hacerlo), pero, como digo, me cuesta.

Por eso, para que no cueste tanto, he desarrollado una técnica para ir librándome de las cosas que no necesito, sin que me suponga un dolor de corazón tener que deshacerme de todas esas posesiones, acumuladas a lo largo de años y años de compras muy poco meditadas y bastante desacertadas.

Y he de decir que ha sido todo un éxito. Esto es todo de lo que me deshice el otro día (además de los dos estuches de Pupa, que tenían ya más de 10 años), y sin esfuerzo alguno.


La técnica no tiene mucho misterio. Consiste, únicamente, en hacerse con una bolsa e ir metiendo en ella una cosa cada día. Una sola cosa. Da igual que haya dos cremas que se te hayan puesto rancias. No las tires juntas. Un día tiras una, y al día siguiente la otra. Así, entre medias tienes tiempo para ir reflexionando en qué será lo siguiente de lo que te deshagas.  


Día tras día, ve seleccionando algo que ya no uses, que esté casi gastado, estropeado, viejo, que ya no te guste, que se haya puesto malo. Cualquier cosa, en definitiva, que no hayas utilizado ni una sola vez en el último año, y mételo en la bolsa. Hazlo todos los días. Si un día se te olvida, al día siguiente intenta hacer dos descartes, para compensar.


Cuando haya pasado un mes, o dos, o el tiempo que consideres necesario, o cuando la bolsa esté llena, vacíala entera y observa su contenido. Te sorprenderá la cantidad de cosas de las que te has ido desprendiendo casi sin darte cuenta, sin echarlas de menos ni por un momento. Sin acordarte ya ni de que las tenías. 


Es un ejercicio muy bueno porque te permite comprender lo poco que te importaban esas cosas en realidad, y así resulta mucho más fácil deshacerse de todo ello sin remordimientos.

Ahora sólo queda un paso: hacer dos montones, uno para regalar y otro para tirar. En mi caso, como hay muchos productos que ni siquiera había llegado a estrenar o que apenas había usado un par de veces, y de los que me he deshecho únicamente porque ya no encajan en mi rutina, ha sido fácil buscarles un nuevo hogar. Los he regalado a familiares y amigos. Por otra parte, todo lo que estaba prácticamente gastado, seco, estropeado, o que directamente no merecía la pena salvar, ha ido de cabeza a la basura.


Así de simple y sencillo. Y no os imagináis lo a gusto que me he quedado. Tanto, que ya tengo preparada una nueva bolsita, y he vuelto a empezar todo el proceso. Me sobran pintalabios, pintauñas. Me sobran lápices de ojos. Me sobra de todo, porque toda mi vida he tendido a juntar, acumular y amontonar, sin tirar nunca nada. Y ya estoy cansada. Prefiero tener pocas cosas, lo justo y necesario, a montones de productos muertos de asco, cogiendo polvo en los armarios y generándome ansiedad.

La buena noticia es que creo que por fin he descubierto el sistema infalible para librarme de las cosas que no necesito. En este caso han sido los cosméticos, pero creo que la técnica puede aplicarse sin problema a cualquier otro rincón de la casa, como por ejemplo el armario de la ropa, los cajones del escritorio o el trastero. El único secreto consiste en ir poco a poco, día a día, hasta conseguir llenar la bolsa.

Por supuesto, si tenéis una técnica más eficaz, estaré encantada de escucharla. Todo consejo es bueno, cuando se trata de ordenar, organizar y simplificar para llevar una vida más práctica y más sencilla, sin tantas cosas innecesarias.

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