martes, 2 de septiembre de 2014

La dieta, esa gran tomadura de pelo

La dieta, tal y como se entiende hoy en día, es una de las mayores estafas de este siglo y del pasado. No sólo las dietas milagro, que esas ya sabemos todos que son mentira y no funcionan. Me refiero a todas, todas y cada una de las dietas habidas y por haber. Al concepto 'dieta' como tal. Es un timo, un engaño, una máquina de hacer dinero que funciona como un engranaje de precisión.


No hay un secreto para adelgazar, no hay ningún misterio. Y no necesitas darle dinero a nadie para que te lo cuente, porque tú eso ya lo sabes. No hace falta leerse un libro de 500 páginas, ni consultar a un experto de NaturHouse. Todo el mundo sabe lo que hay que hacer para perder peso, lo hemos escuchado no una, sino miles de veces, y es tan simple y tan de cajón que lo podríamos deducir por nosotros mismos sin demasiada complicación. Un niño de cinco años podría decírtelo. Para adelgazar (adelgazar de forma sana, se entiende, no en plan anoréxico) sólo hacen falta dos cosas: hacer ejercicio y comer bien.


No hay más. Ni siquiera son dos conceptos difíciles de entender. Otra cosa es que te cueste levantarte del sofá para salir a nadar, o que prefieras una hamburguesa procesada a un pescado al horno. 

Aun así, por alguna razón, seguimos gastándonos el dinero en libros sobre dietas, en clínicas de adelgazamiento, en tratamientos, nutricionistas, coachers, programas y dietas personalizadas. La gente habla sobre dietas, escribe sobre dietas, debate sobre dietas: que si ésta es mala pero ésa otra funciona, que si los hidratos, que si la proporción de proteínas, que si el metabolismo, que si nutrientes, macronutrientes y antinutrientes, que si el kiwi en ayunas, el metabolismo y blablabla. Es increíble la cantidad de tiempo y esfuerzo que se le dedica a las dietas en las sociedades del llamado Primer Mundo. 

Grabaos algo a fuego en el cerebro: La dieta es una mentira

Para empezar, el propio concepto que tenemos de 'dieta' está mal. La idea de 'estar a dieta' o 'seguir una dieta', tal y como la entendemos, es un error. A menos que estés enfermo, claro; ahora iremos con eso. Cuando alguien dice 'estoy a dieta', lo hace partiendo de la base de que ésa no es su forma de comer habitual, que no es lo normal, que está siguiendo unas pautas alimentarias de forma únicamente temporal, orientadas a un objetivo. Pautas que, por tanto, una vez alcanzado dicho objetivo, serán abandonadas. 

La palabra 'dieta' señala algo ajeno a ti, a tu forma de ser, a lo normal. Dieta es lo que haces cuando estás enfermo, cuando tienes gastroenteritis y sólo puedes tomar determinados alimentos que no dañarán tu estómago, como arroz blanco o jamón york. Eso sí es una dieta. Es algo temporal, una medida preventiva para ayudar a tu organismo a recuperarse, y que, una vez tu cuerpo haya recobrado la salud, abandonarás para volver a tu alimentación habitual.

Si sigues una dieta con el fin de adelgazar, significa que ésta únicamente es un medio para un fin. Es algo ajeno, un mal necesario. Como si tuvieras una gastroenteritis pero con un objetivo en mente, que es perder peso. Cosa que probablemente no consigas, porque si partes de esa base tu planteamiento será erróneo desde el principio, y por lo tanto será muy difícil que logres lo que te propones.

Si vas al endocrino únicamente para perder peso, lo estás haciendo mal. Al endocrino vas a que te enseñe a comer bien. Porque te preocupa tu salud y porque deseas retomar las riendas de tu cuerpo y de tu vida. Eso es lo fundamental, lo más importante de todo. No se va para adelgazar, eso es una chapuza. Adelgazar no puede ser la motivación principal, el único resorte que te mueva. Adelgazar no es un objetivo, es simplemente una más de las consecuencias de un estilo de vida mejor y más sano (y ni siquiera es la más importante). Hasta que comprendas bien esto, seguirás cayendo una y otra vez en la trampa de la dieta. Si aprendes a comer, el tema de perder peso es algo que ocurrirá por sí solo, de forma natural. Es decir, perder peso es la consecuencia de una dieta saludable. No comes sano y bien para adelgazar, adelgazas porque comes sano y bien.

Igual  parece una tontería, pero esa diferencia es la clave de todo.

Para empezar, deberíamos revisar el concepto de dieta. Una dieta jamás debería ser algo temporal, jamás debería estar orientada a un objetivo a corto-medio plazo, jamás debería estar asociada a la idea de adelgazar. Dieta es, según su acepción griega original, un "régimen de vida". Esa es la clave de todo. La dieta no es algo que se hace, es algo que se vive. Esto no quiere decir que tengas que vivir bajo el yugo de una dieta a perpetuidad, sino que todo tu régimen y estilo de vida estén orientados a mejorar y mantener tu calidad de vida, empezando por lo más importante de todo: tu cuerpo. No significa vivir amargado con limitaciones y restricciones, no es contar calorías ni angustiarte por haberte zampado una chocolatina y matarte en el gimnasio después para quitarte el cargo de conciencia, sino aprender qué es realmente lo que tu cuerpo necesita, y dárselo. Significa aceptar que una verdadera dieta no es una dieta, es un estilo de vida, un concepto mucho más amplio, que lo abarca todo, y que su fin último no es adelgazar, sino llevar una vida sana, activa, plena y feliz.

Por eso creo que lo primero que debería hacer una persona que quiera perder peso, es replantearse de cero sus motivos, el por qué lo hace. Nadie debería desear perder peso para encajar mejor dentro de un patrón, de un molde preconcebido. Adelgazar porque te lo dice una revista de moda, por presión social, porque todas las modelos son escuálidas, porque la sociedad te está bombardeando una y otra vez con la noción de que estar delgada es sinónimo de belleza y atractivo, es un error garrafal. Es el mismo error que lleva a perder kilos a mujeres (y a hombres también) con un cuerpo estupendo para meterse en un bikini diminuto, a niñas a volverse anoréxicas en plena adolescencia, cuando sus cuerpos están en la etapa más importante de su desarrollo. A la obsesión con el peso, el contar calorías, el dejar de comer y el amargarse la vida, con todas las consecuencias malsanas que eso tiene para nuestra salud, nuestra mente y nuestro bienestar. Porque estar obeso es malo, pero estar delgado tampoco es sinónimo de salud.


Un cuerpo sano tiene forma, tono y músculo, y una capa de grasa bajo la piel. Un cuerpo sano puede tener más o menos curvas, dependiendo de su complexión; un cuerpo sano tiene una piel y un pelo sanos, y funciona como un todo, en perfecto equilibrio, ordenado por dentro y por fuera. No es raquítico, no es esquelético, no tiene carencias de vitaminas ni deficiencias alimentarias, sino que está bien nutrido y alimentado. Un cuerpo sano tiene una mente sana, y es fuerte y resistente; está en forma. 

Si te impones una dieta, te impones una obligación. Pongamos por ejemplo la estúpida y gracias a Dios— ya bastante desacreditada Dieta Dukan. Es una dieta basada en la supresión de los carbohidratos y la primacía de las proteínas. Una dieta aparentemente fácil de seguir, por todas las posibilidades y versatilidad que ofrece. ¿Cuántos libros se habrán escrito con recetas adaptadas a la dieta Dukan? (¿Cuánto dinero habrá movido? ¿Cómo de millonario será ya el señor Dukan y otros advenedizos oportunistas?), pero su flexibilidad es sólo aparente. Si sigues la dieta Dukan en realidad te estarás atando a un montón de normas, limitaciones y reglas que condicionarán y modificarán tus hábitos alimentarios durante un periodo de tiempo determinado, con los consecuentes trastornos y complicaciones para ti, tu salud y tu estilo de vida. Y como es algo que haces porque quieres adelgazar, y no porque realmente te guste cambiar el pan por un preparado de salvado de avena y agua, jamás te llegarás a sentir identificado con esa forma de alimentación. Lo verás como una obligación, una imposición, un sacrificio que tienes que acatar durante un tiempo determinado, hasta lograr tu objetivo. Jamás lo aceptarás como algo tuyo. Y en el fondo la odiarás.

Con lo cual pueden pasar tres cosas: que a los dos días, o a las tres semanas, te hartes y lo mandes todo a tomar viento; que lo malcumplas, siguiendo en apariencia la dieta pero trampeándola continuamente o de forma intermitente, con periodos estrictos para quitarte el cargo de conciencia por las irregularidades cometidas, pero recayendo una y otra vez en ellas, con lo que no conseguirás nada; o que consigas tu objetivo y, una vez alcanzado, la abandones y recaigas en los viejos hábitos, recuperando el peso perdido una vez más. Eso es todo lo que puede sacarse en claro de una dieta, además de un sufrimiento y una frustración que pueden acabar en atracones nocturnos, estrés, angustia y ansiedad, y que finalmente acabes engullendo de forma compulsiva, a nada que te descuides un poco, para volver luego al remordimiento y la culpabilidad.

Es un círculo vicioso que no lleva a ninguna parte, y del que únicamente puedes sacarte tu mismo. Pero para poder dar el primer paso en la dirección correcta, lo primero es concienciarse de que las dietas son una mentira. Jamás lograrás tu objetivo contando calorías y pesando gramos de jamón york. Porque si mides y pesas y cuentas y controlas, al final te frustras. Y eso, por tonto que pueda parecer visto desde fuera, es algo muy grave, que puede llevar a trastornos más serios y causar un daño psicológico muy difícil de reparar. No hay que medir, no hay que contar calorías, eso es una trampa. Lo único que importa es que aprendas a comer las calorías correctas. sin preocuparte por las cantidades. Sin castigarte, sin culparte. En lugar de hacer una dieta desastrosa tras otra, mejor párate a pensar y pregúntate a ti mismo por qué lo haces. Si la respuesta es únicamente 'porque quiero adelgazar', sin más, ya vas por mal camino.

La decisión de adelgazar es una que debe tomarse por y para uno mismo. No para agradar a nadie, no para gustar más, no porque te lo digan industrias que se hacen de oro a tu costa (especialmente la moda y la dietética, así como otras muchas que bailan a su alrededor). No es una cuestión de estética, es una cuestión de salud. Si te planteas adelgazar únicamente como algo estético, te estás quedando en la superficie del problema, sin ahondar en lo que realmente importa: que es tu salud lo que está en juego, la salud de tu cuerpo, el único que tienes. Tuyo, único, personal e intransferible, y donde tendrás que pasarte metido el resto de tu vida. El mantenerlo en su mejor forma posible depende únicamente de ti.

No se trata de fuerza de voluntad, de librar una batalla diaria, constante, entre tus verdaderos impulsos y las exigencias de la dieta de turno. Se trata de enseñar a tu cuerpo a funcionar tal y como está hecho para hacerlo. Sólo eso. El ser humano no es gordo por naturaleza. Tampoco delgado. Nuestro cuerpo está diseñado de una forma muy precisa, cada uno de nuestros músculos cumple una función, cada gramo de grasa, también. Las mujeres, por ejemplo, tienen un depósito de grasa en los glúteos naturalmente más grande que el de los hombres. No es algo que haya decidido nadie, es nuestra naturaleza. Esa grasa es natural, son nuestras reservas para casos de emergencia. Tenemos otros depósitos de grasa repartidos por todo el cuerpo, tanto hombres como mujeres, una capa bajo la piel, que nos protege del frío y nos aísla, y nos proporciona energía cuando la necesitamos. Esa grasa es sana, es normal. Un cuerpo esquelético, como el cuerpo de una modelo de 1,80 con una 34, no es natural.

Pero tampoco son naturales los michelines, ni la obesidad mórbida que, por algún motivo, en la sociedad actual muchos se empeñan en defender a capa y espada como algo bueno y estupendo, denominándolo con esa bonita palabra-saco que es curvy, donde caben tantos tipos de cuerpo como opiniones hay en el mundo. Hay personas con una constitución más grande, y personas con una constitución más menuda, personas con curvas voluptuosas y personas angulosas, y estas diferencias no influyen para nada en su estado de salud y forma física. Son, simplemente, diferentes tipos de constitución, determinados por muchos factores, en su mayor parte genéticos. Pero llamar curvy a una chica claramente obesa es como decir, de una anoréxica, que tiene un tipín. No es necesario demonizar ni divinizar nada. Ser grande o pequeño es lo de menos, más ancho o más estrecho, qué más da, lo que importa es estar sano, en tu peso y en tu forma física óptima, independientemente de tu constitución o de tu edad (aunque acorde a ellas, claro).


Lo más importante de todo en este aspecto, es tener un poquito de sentido común. Lo repito por si no ha quedado claro: no se trata de estar más gordo o más delgado, se trata de estar sano.

No entiendo a esa gente que se preocupa tanto por sus posesiones materiales, que mima a su coche como si fuera su hijo, lo mantiene limpio y cuidado, lo lleva a las revisiones y siempre vigila que esté todo a punto y perfecto, y luego abandona su cuerpo. Cuando tu cuerpo y su salud son infinitamente más importantes que tu coche, tu casa, tu tele gigante o tu jardín. De hecho, son lo más importante de todo. Tu cuerpo es tu vida, tu única conexión con el mundo. Tu cuerpo no sólo es tuyo; en esta vida al menos, tu cuerpo eres tú. Y sin embargo la gente lo maltrata, lo descuida, se abandona y se pone obesa, deja que las lorzas se monten unas encima de otras, que la barriga sobresalga hasta no ser capaz de verse los pies, hasta no ser capaz de levantarse del sofá sin ayuda, de moverse con libertad. O todo lo contrario, se obsesiona con la comida y las calorías, se frustra con prohibiciones artificiales, con restricciones innecesarias, para luego comer de forma obsesiva y vomitarlo todo después, por culpa, por remordimiento. Se castiga, adelgaza hasta que se le marcan todas y cada una de las vértebras, hasta que sobresale la pelvis, hasta que las piernas son dos palillos y vivir es una agonía que gira en torno a la comida, en torno a cómo dejar de comer, cómo evitar la grasa, hasta que se le cae el pelo, o se le retira la regla y su cuerpo se queda sin energía, sin defensas, sin fuerzas para nada. Todos lo sabemos, no hace falta que yo lo diga: ambos extremos llaman a la muerte, y ambos, a menos que se haga algo al respecto, conducen a ella. Es verdad que hay infinitos puntos intermedios entre ambos, y que yo me estoy yendo a los extremos, pero es que nada que lleve a uno de esos extremos es bueno.

Hacer dieta igual te permite adelgazar, igual hasta consigues cambiar tus hábitos alimentarios y mantenerte delgado en el tiempo. Pero hacer dieta no te devuelve la salud. Ni es sinónimo de ella. Y menos si sigues una dieta absurda, tipo la dieta cetogénica, o la Dukan o la del pepinillo o la de X días, o cualquier otra estupidez que se le haya ocurrido al sacacuartos de turno. Pretender adelgazar basando tu alimentación en una serie de normas, medidas y reglas temporales no sólo no acabará con el problema, sino que lo perpetuará en el tiempo, causándote ansiedad y frustración. Frustración que, en muchos casos, lleva a un efecto rebote, a darse atracones y a comer de forma compulsiva después. Lo que tienes que hacer es aprender a comer, y aprender a hacerlo bien. Aprender a disfrutar del ejercicio, a cansarte, a mover tus músculos, a alimentarlos como se merecen. A exigirte, y también a mimarte, a probar todas esas verduras a las que no has dado ni una sola oportunidad en la vida, y a darte caprichos de vez en cuando. A cuidar y respetar tu cuerpo, y aceptarlo con sus taras y sus virtudes. A no culparte si un día te das un homenaje. Come de todo y estúdiate; descubre cómo funciona tu organismo, distingue qué alimentos te sientan bien y cuáles no. Si tienes hijos, enséñales a comer bien; los buenos hábitos alimentarios deben ser aprendidos desde pequeñitos. Y muévete; cambia el ascensor por las escaleras, el autobús por tus piernas, el mando a distancia por las pesas, y nunca vuelvas a mirar atrás.

Los hábitos saludables son una forma de vida, no una dieta, no una moda, no una transición para luego volver a donde estabas al principio. Mientras una persona no aprenda estas cosas, jamás conseguirá adelgazar de una forma saludable, ni tener un cuerpo sano y en forma. Así que dejemos de obsesionarnos con las dietas, con adelgazar y con caber en una 36 y empecemos a preocuparnos por cuidarnos, por alimentarnos bien, por cuidar nuestros cuerpos, mpor respetar nuestra constitución y tratar de ser siempre la mejor versión de nosotros mismos. Ésa es la única dieta que realmente funciona.

Dice un estudio que el 95% de la gente que está a dieta fracasa en el intento de perder peso. Ahora ya sabéis por qué.

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