jueves, 16 de octubre de 2014

La verdad sobre la pasta de dientes

Todo el mundo, quien más y quien menos, se cepilla o se limpia los dientes de algún modo. No es ya simplemente una cuestión básica de higiene, un hábito necesario como ducharse o lavarse el pelo. También es la única forma de conservarlos en su sitio hasta más allá de los 40.


La rutina es mecánica, la repetimos a diario, día tras día, algunos incluso hasta tres veces, una después de cada comida. Coger el cepillo, apretar el tubo para que salga la pasta, cepillar, escupir y enjuagar. Algunos a la secuencia le añaden un colutorio al final, otros se pasan el hilo dental, o aplican agua a presión. Cada persona es un mundo y cada uno tiene sus manías, sus trucos, sus costumbres y sus rutinas, pero hay una cosa de la que prácticamente nadie, o casi nadie, prescinde: la pasta de dientes.

La pasta de dientes es incuestionable. Es fundamental, el paso básico del que parten todos los demás. Lo que le da sentido a todo y hace efectivo el cepillado. Nos lo enseñan desde pequeñitos, nos lo inculcan desde que tenemos uso de razón. ¿Quién no ha cepillado torpemente sus dientecillos de leche con una pasta de dientes rosa que sabía a 'fresa' y que (siendo los niños como son), daban ganas de tragársela? Yo aún recuerdo esas campañas que organizaban en los colegios para fomentar el hábito del cepillado entre los niños de 5 o 6 años. Campañas patrocinadas por el Colgate o Licor del Polo de turno, en que te enseñaban la forma correcta de cepillarse, los movimientos, los tiempos, y un calendario con cabezas de cocodrilo, que había que ir coloreando cada día que cumplieras y te lavaras los dientes antes de irte a dormir. Luego en el cole comparábamos, a ver quién tenía más cocodrilos pintados (había mucho tramposo). También nos regalaban pegatinas con las instrucciones, para que las pegáramos en el baño, donde pudiéramos verlas bien. Aún hoy quedan sus restos en la pared de baldosas.


Nos dieron charlas, nos pusieron vídeos de 'Érase una vez la vida' sobre cómo se formaban las caries, una clara advertencia (amenaza, casi) de lo que nos podía llegar a pasar si no nos cepillábamos a diario. Todo, en definitiva, lo que hiciera falta a fin de fomentar el hábito, hasta volverlo parte de nuestra rutina y nuestra vida. Hasta que no pudiéramos vivir sin él (cosa que en parte está muy bien). 


Nadie se cuestionaba nada, ni los padres ni las madres; tampoco los profesores, y mucho menos los niños de 6 años. Se hacía así. Ésa era la forma correcta de cepillarse, y no había otra. Y así lo hemos seguido haciendo todos, cada día de nuestras vidas, durante años y años y años. Millones y millones de personas cepillándose los dientes a todas horas, sin distinciones de género o edad. Ahora mismo, en este instante, hay cientos de personas lavándose los dientes en algún lugar del mundo. ¿Imagináis cuántos tubos de pasta de dientes habremos gastado (y seguimos gastando a diario) entre todos? Para las empresas que se dedican a fabricarlos, somos un verdadero chollo.

¿Has olvidado alguna vez la pasta de dientes cuando preparas el neceser para salir de viaje? Puede pasar, porque cualquiera puede tener un despiste. Pero es raro, ¿o no?

Bueno, pues ahora viene la verdad. La verdad incómoda que la industria no quiere que se sepa, que no le interesa que se difunda, porque pondría fin al chollo.  

La verdad es que la pasta de dientes no es necesaria

Lo que verdaderamente limpia los dientes, lo que elimina la placa bacteriana y evita que se acumule el sarro es el movimiento mecánico del cepillo, la fricción de las cerdas sobre la superficie de los dientes. Eso es lo que limpia, lo que realmente funciona. La pasta de dientes es un complemento, es opcional. Puedes lavarte los dientes perfectamente tan sólo con agua y un cepillo y el resultado será el mismo. No hace falta nada más.


No lo digo yo, lo dicen los dentistas. La pasta de dientes es un añadido útil, hace más placentero el cepillado, suavizando el roce y aportándole frecura y sabor, y sirve, además, como vehículo para aplicar determinados tratamientos sobre los dientes: refuerzos de flúor, sustancias blanqueadoras del esmalte dental, agentes contra el mal aliento, algún tratamiento para la gingivitis. 

Pero que nadie se confunda: lo que limpia no es la pasta, es el cepillo.

Sin embargo, si le dais la vuelta a vuestro bote de pasta de dientes y os fijáis en los ingredientes, veréis que lleva de todo. De todo. Una lista interminable de nombres impronunciables. ¿Para qué tanto añadido, cuando ni siquiera ella misma es necesaria? Las pastas comerciales nos prometen la luna en sus envases. Blanquear los dientes, reforzar el esmalte, mejorar la salud de las encías, acabar con el mal aliento. 

Una vez usé una pasta de dientes de mi padre porque se me había terminado la mía. No recuerdo la marca, sólo que era un tubo azul, o morado, y que tenía un letrero muy grande ocupando buena parte del envase, en el que se prometía que blanqueaba los dientes. No sólo eso, sino que incluso afirmaba que, según un un estudio, no sé qué porcentaje de gente había notado los dientes más blancos después de un solo uso, nada más terminar de cepillarse los dientes. Luego me fijé un poco más, y vi que al lado de esa afirmación tan inquietante había un pequeño asterisco. La diminuta aclaración era, si cabe, más inquietante todavía. Decía algo así como 'el efecto blanqueador es únicamente temporal y desaparece al cabo de las horas'. 

Después de eso, no llegué a usarla. Me dio mal rollo. No sé qué clase de componente loco puede blanquear los dientes sólo por unas horas, pero lo que sí sabía era que no lo quería en mi boca.

A lo que voy es que las pastas de dientes innecesarias de por sí, nos cuelan mogollón de sustancias y añadidos, no sólo innecesarios para nuestra salud bucal sino a veces incluso también de seguridad cuestionable, haciéndolos pasar por imprescindibles. Marketing. Puro marketing; no nos hacen ninguna falta, pero nos hacen creer que no podemos vivir sin ellos.

Y llegamos por fin al tema de la espuma, que es donde verdaderamente nos cuelan el gol. Toda esa espuma que hacen los dentífricos convencionales no sirve para absolutamente nada. Es un adorno inútil y estúpido

La espuma no limpia los dientes. La producen los sulfatos que se añaden a la pasta, a veces incluso como ingrediente principal, ocupando las dos o tres primeras posiciones del INCI. Tensioactivos como el Sodium Laureth o el Sodium Lauryl Sulfate, que se utilizan también, entre otras cosas, para desengrasar maquinaria pesada. Porque eso es lo que hacen los sulfatos, que son detergentes corrosivos: desengrasan. Por eso se usan en los champús comerciales, porque arrastran y eliminan la grasa del cuero cabelludo. 

Ahora la pregunta lógica sería, ¿y qué grasa tenemos en la boca? Pues ninguna. No hay grasa que eliminar en los dientes o en las encías, la grasa no tiene nada que ver con la placa bacteriana. Así que los sulfatos no sirven de nada. Están ahí de adorno. Literalmente. Porque algo en nuestro subconsciente está convencido de que la espuma es señal de que un producto funciona. De que está limpiando  fondo, haciendo su trabajo. Aunque sea una mentira como una casa.

Así que ya sabéis, la próxima vez que os cepilléis los dientes y sintáis cómo se os va llenando la boca de espuma, al menos sabréis lo que es y para qué sirve. Sin engaños ni mentiras. A partir de ahí, lo que haga cada uno es cosa suya.

Yo, por ejemplo, de momento he elegido seguir usando pasta de dientes, pero pasta natural, sin sulfatos ni porquerías, porque me gusta el aliento fresco por las mañanas, y porque las transiciones bruscas no se me dan demasiado bien. También porque pienso que los aceites esenciales y otros componentes naturales como la mirra o el propóleo tienen propiedades beneficiosas para las encías y los dientes, que complementan la acción limpiadora del cepillo. De momento estoy contenta, y me va estupendamente.

Y vosotros, ¿cómo os limpiáis los dientes?

No hay comentarios:

Publicar un comentario